En ocasiones acuden al despacho padres y madres preocupadas por la situación emocional de sus hijos adolescentes, así como por la dificultad para comunicarse con ellos.

Cuando llegan a consulta, la comunicación suele estar deteriorada, reducida a gritos o a incómodos silencios. “Creo que ya lo doy por perdido…”

El primer paso. Vosotros, papás y mamás.

En la primera sesión en nuestro despacho, los padres a través de las anécdotas de la vida diaria, hablan de su angustia y dolor por la relación con sus hijos o hijas y del profundo dolor que sienten consigo mismos ante la sospecha de un fracaso como padres.

“Se me escapa…ya no sé qué hacer”

Pocas cosas son más dolorosas que sospechar que fracasas, que no consigues cuidar a tus seres queridos y ver cómo éstos cometen los errores que deseas evitarles.

Aceptar que hay cuestiones sobre tu hijo que tú, padre o madre, no sabes, es duro, desconcertante y doloroso.

Sin embargo, la tarea con tu hijo se ha vuelto excesiva, inasumible, o sencillamente imposible. Antes de dar el paso de pedir ayuda en un psicólogo, es probable que hayas buscado otras opciones. El psicólogo suele ser el último lugar al que acudir. Un lugar a evitar.

El hecho de pedir ayuda sobre tu hijo, es en sí mismo un duelo a tramitar. Un duelo que nos toca atravesar a los padres y madres, no al hijo. Somos nosotros los que nos enfrentamos a una tozuda realidad que nos recuerda que no podemos saber ni controlar todo sobre nuestros hijos. Y es todavía peor. Preguntar a un desconocido y aceptar que éste, puede saber algo que tú no conoces de tu propio hijo.

La etapa adolescente es con diferencia la más conflictiva de todas, y así debe ser. El o la adolescente, que no es niño ni hombre, que no es niña ni mujer. Se extraña al verse en el espejo. La imagen que le devuelve el espejo, no es el cuerpo de un adulto ni el de un niño.

El o la adolescente se reinventa. Si hubiese tenido que escribir en un papel todo lo que le definió de niño, todo lo que él era, aplastaría el papel, lo arrugaría, rompería, e incluso podría quemarlo. Lo que era, ya no puede volver a serlo. La infancia tiene que quedar atrás.

En consecuencia, todo le preocupa, todo es susceptible de generarle dudas e incertidumbres. Mi ropa, mi forma de cortarme el pelo, el grano que me sale en la cara, la mirada que me echó ese chico o chica, el comentario que me hicieron…

Con razón todos los padres y madres sienten que la adolescencia es la etapa más difícil, pues todo en nuestro hijo o hija es susceptible de ser revisado.

La comunicación se ha roto, ya no funciona.

El hijo que teníamos en nuestra cabeza, aquel dulce infante, ya no está, ni existe. No volveremos a comunicarnos con él. Hay que aprender a comunicarse con la persona que sí tenemos delante, y que sí es nuestro hijo.

¡No me entiendes!… ¡Te odio!

Discernir si su cambio de humor es una rabieta, o el signo de una dificultad es crucial. Y en parte también es lo que el adolescente desea del adulto, que sepa cuando sufre y cómo orientarle. Que le entiendas. En ocasiones, entenderle, exige de algún cambio en las relaciones entre los miembros de la familia, a veces, también por parte de los padres.

Conocer cómo es nuestro hijo adolescente y sentir que somos capaces de orientarles, es una difícil travesía a transitar para todo padre y madre.

En Parada Psicología encontrarás la ayuda necesaria.